sábado, 24 de diciembre de 2016

Sonrie desde lo alto

“tu cuerpo puede irse, lo que de ti está en mí, se queda para siempre.” A. Jodorowsky
Hoy el cielo tiene más luz
Hay más estrellas en el firmamento
Los amaneceres y atardeceres son más bellos
Porque tienen tu sonrisa.
Se acapararon tu energía, tu ser único e irrepetible, tu vida.
Fuerte y valiente, sensible y soñadora.
Te despojaste de ese cuerpo cansado, pero tu esencia jamás se irá
porque vive en nosotros, en los que estamos acá recordándote, riendo con tu gran sonrisa, reviviendo tus emociones, queriéndote.
Me enseñaste tanto… aprendí de y con vos. Me hiciste bien, muy bien. Sonrío al recordarte, sé que estas volviendo a ser vos, sin dolores, sin ataduras.Para continuar tu camino allá, donde estés.
Espero haberte hecho bien,
en la historia que fue tu vida,
Espero haberte podido alivianado el tránsito,
A vos y a los tuyos
Lo nuestro fue pura causalidad
Nos estrechamos en el momento justo,
justo cuando nos necesitamos
y funcionamos, dio resultado.
Siempre, siempre te voy a querer y recordar
Así, como mereces, con alegría
Porque eras única e irrepetible
Porque comprendí mucho de lo que muchos ni se dieron cuenta,
de lo que te hacia grande
Porque tuviste muchos logros en vida
Porque sí
Te abrazo con el recuerdo
Y siento tu energía.
Hasta siempre :)

miércoles, 2 de noviembre de 2016

CUERPOS DE NADIE, EL LIBRO

¡Salúd amigos! les dejo aquí abajo el link de mi "primer libro" que construí a base de haber obtenido un 3er puesto en un concurso de cuentos cortos. La editorial lo subió a su pagina este fin de semana. Espero les guste :)


https://docplayer.es/53752559-Luciana-ayelen-di-nenno-cuerpos-de-nadie.htm

domingo, 11 de septiembre de 2016

Lepantito

“Umuntu, nigumuntu, magamuntu”
(Una persona es una persona a causa de los demás)

                    Le decían “Lepantito”. No porque fuera del Golfo de Lepanto, sino porque era manco. Su padre adoptivo, Conrado, fue el creativo. Cuando lo vio por primera vez, aquel 07 de Octubre en la orilla del rio Tugela, jugando, corriendo de acá para allá, sonriente, con su bracito, le dio tanta ternura y no pudo resistirse. Amaba al escritor y no dudó en apodarlo tras él. Desde entonces es conocido por este nombre.
Lepantito procedía de las tribus Zulú, en Sudáfrica. Hasta los once años de edad, nunca había salido de estas tierras y llevaba una vida muy distinta a la de la civilización. Era un niño tímido pero travieso. Le encantaba jugar a la orilla del río, cantar y bailar. Tenía un andar distinguido y una mirada enigmática. Sus ojos oscuros, perfectamente redondos, atraían a cualquiera. Era especial. Conrado, no pudo dejar de observarlo desde el día en que lo conoció.
Al principio, lo miraba a la distancia, luego, a medida que pasaban los días y su cara se hacía conocida, se acercaba para saludarlo con un “Sawubona”, a lo que Lepantito, lo miraba extrañado por unos segundos y luego lanzaba un “sawubona”, casi en susurro, para salir corriendo junto sus amigos. Conrado trataba de aprender su lengua para conocer las costumbres de la región. Para ello se valía de los aldeanos que hablaban inglés – idioma que los Zulú utilizaban para comunicarse con los extranjeros – y aprender de ellos. Fueron estos quienes lo introdujeron en la escueta historia que se sabía del niño de un solo brazo.
Lepantito, había perdido a toda su familia hacia  aproximadamente un año, momento en el que llegó a esta aldea, sólo y temeroso, buscando refugio. Rondaba los 11 años de edad. Todos los aldeanos lo acobijaron en un santiamén preocupándose por su bienestar. Estaba hambriento, sediento y nervioso. No hablaba, solo atinaba a cobijarse bajo los brazos maternales de alguna mujer. Nada dijo por varios días. Con el tiempo se fue soltando y adaptando a la nueva comunidad. Explico a regañadientes cómo había perdido a su familia. Pero negaba explicar más sobre el tema. Por las noches, llamaba en sollozos, a su “Umama”. Siempre estaba medio enfermo. A veces, en solitario,  se quedaba quieto en algún lugar cantando la canción “Senzani na?”, costumbre que nunca perdió en su vida. Comía poco, dormía en diferentes chozas, ya que se negaba rotundamente a establecerse con alguna familia. Sin embargo, en los momentos que estaba bien, sonreía con placer y se divertía como nunca. Ofrecía su ayuda en cuanto pudiera y siempre agradecía por sus cuidados: Ngiyabonga -  decía con su carita tierna. Era un niño bien educado. Todos en la tribu lo cuidaban y se preocupaban por él. Se hacía querer.
Conrado estaba de paso allí, sacando fotografías a la tribu. Era español, vivía en Madrid. Se apasionó tanto por la vida de Lepantito que se quedó más tiempo de lo planeado. Le intrigaba conocerlo. Era un maestro retirado, de unos cincuenta años de edad. Alto, canoso, de ojos color pardo. Muy inteligente y bondadoso. Separado. Tenía una hija de treinta que vivía en América. Su única compañía era su cachorro labrador, Tau. En la actualidad, trabajaba para una revista escribiendo artículos de diferentes temáticas. No necesitaba realmente trabajar puesto que había heredado una gran fortuna de su abuelo. Pero, como era aventurero y disfrutaba conocer diferentes culturas, se embarcó en la tarea de realizar artículos de distintas culturas del mundo. Eh aquí que desembocó en la tribu Zulú.
Uno de esos días en que Conrado estaba investigando esta cultura, Lepantito enfermo gravemente. Levantó mucha fiebre y sentía dolor en todo el cuerpo. Recurrieron al Inyanga (médico) y también a la sangoma (curandera) del lugar quienes hicieron todo a su alcance, pero nada resultaba. El niño empeoraba cada día un poco más hasta quedar inconsciente. Permaneció más de un mes en este estado hasta que Conrado se lo llevó a la ciudad más próxima, a un hospital.
Pasaron dos meses más antes de que a Lepantito pudiera abrir los ojos y tener consciencia. - Umama, Ubaba - Gritó. Pero no hubo respuesta, miro azorado a su alrededor. Se asustó. Nada le era familiar. Todo diferente. Se desesperaba y seguía llamando a sus padres. Conrado lo tomo de la mano y trato de calmarlo. Isibhedlela - le decía, explicándole que estaba en un hospital. Él reconoció la voz y se tranquilizó. Es que en los últimos tres meses, Conrado nunca se había despegado de Lepantito y le hablaba con cariño continuamente para tratar de reanimarlo.
Pasó un tiempo más para que le dieran el alta. Nunca se supo que fue lo que tuvo. En la aldea, la mayoría pensaba que era brujería y realizaban los tradicionales bailes sangona para ahuyentar los malos espíritus. Lo cierto es que  en ese último mes de recuperación en el hospital, Lepantito y Conrado tuvieron la oportunidad de conectarse un poco más. Se comunicaban por algunas palabras Zulues que había aprendido Conrado y por señas. Cuando el niño fue dado de alta  retornaron a la tribu. Entonces, Conrado se preparó para volver a su ciudad, pero se había encariñado tanto con aquel niño que se le hacía difícil. – Kahle - se despidió Conrado y le dio un fuerte abrazo. Lepantito no entendía muy bien que él se estaba yendo para siempre, estaba emocionado de estar nuevamente en la aldea y poder correr y jugar con sus amigos.
Vuelta en España, Conrado no pasó un día sin pensar en Lepantito. Lo extrañaba horrores. Había pensado traerlo consigo pero no podía sacarlo de sus costumbres y cultura. Dos meses después Conrado, no aguantó más y volvió al África a visitar a Lepantito. Este, apenas lo vio, salió corriendo a su encuentro a toda prisa y se colgó de él como si fuera un árbol. Le caían lágrimas de los ojos. A los dos. Y ya nadie los separó. Conrado hizo todos los trámites necesarios para llevarlo a España.
Como viva en una ciudad muy habitada, dejo todo para mudarse a un pueblito para que el impacto del cambio no fuera tan significante.  Se mudaron a una casa modesta con un extenso patio. Lepantito estaba  feliz. Todo era nuevo, distinto para él. Siempre salía de la mano de Conrado, y le preguntaba todo a su paso. Era muy curioso. Cuando conoció a Tau, se le iluminaron los ojos de amor. Era un perro muy simpático y juguetón. Este se convertiría en una gran contención para el niño. Con el tiempo, Lepantito fue integrándose a los nuevos cánones de vida de la comunidad pueblerina. Contó con la ayuda de psicólogos, asistentes sociales, doctores y por supuesto Conrado.
No era fácil, ya que era un niño introvertido que poco decía, pero se lo notaba estable y contento. Era muy inteligente, aprendía con facilidad, sobre todo el idioma.
Los trámites de adopción fueron largos y engorrosos. Para registrarlo, Conrado tuvo que ponerle un nombre común, no le permitieron ponerle su nombre real, a lo cual se valió del nombre de pila del escritor del quijote. Igualmente siempre lo presentaba como Lepantito y así lo llamaban todos.
Conrado había mandado a hacer un brazo ortopédico a medida, pero Lepantito tardó varios años en aceptarlo. Se sentía más a gusto sin él. Le parecía muy raro y le daba impresión.
Lepantito amaba a Tau. Jugaba con él todo el tiempo. Reía. Ayudaba a Conrado en las tareas de la casa. No le tenía miedo a las tormentas eléctricas pero si a las batidoras y demás electrodomésticos. No le gustaba la televisión y andaba siempre en el patio. Conrado, a lo largo de los años, le fue comprando animales, como conejos, tortugas, gatos y demás. Lepantito los cuidaba, pasaba largo rato observándolos e investigaba cuanto pudiera sobre sus mascotas. Esto influiría, más adelante, en su elección de estudios universitarios.
La ropa fue motivo de dolor de cabeza. Le incomodaban. Le costó acostumbrarse. Andaba siempre descalzo, sea verano o invierno. Para ir a la escuela, lo obligaran a ponerse zapatos, pero él se los sacaba al rato. Prefería estar descalzo. Nada se podía hacer para que se los dejara puestos. Al final le aceptaron que fuera en ojotas los primeros años.   
En la escuela, los chicos, le decían “elefantito”. Lo querían y lo ayudaban cuanto podían. Cuando resolvía una cuenta matemática o leía un párrafo completo, todos lo felicitaban y lo aplaudían. Él, supo explicar juegos de su tribu, como el “Mbube, Mbube”, que se hizo famoso en el pueblo. Engatusaba a todos con las historias de rituales, danzas y demás costumbres de su África natal. Lepantito solía pelearse mucho. Cuando se enojaba, agarraba a su contrincante con fuerza y terminaban a las patadas y a los manotazos. Aunque tuviera un solo brazo, se defendía muy bien y peleaba a la par. 
Le gustaba mucho la música, por lo que Conrado le compro un tamborcito que Lepantito usaba con frecuencia ya que le recordaba a su tribu. Cuando se ponía nostálgico solía cantar la canción “senzeni na?”, la cual sabía entonar con su familia. Poco a poco Conrado fue enterándose de sus primeros años de vida aunque Lepantito fuera reticente a hablar de ello. Conrado siempre le decía: “confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades”.
Como la escuela le quedaba cerca Lepantito iba solo con Tau. Su padre lo miraba desde la casa. El labrador lo seguía siempre, primero salía temprano a caminar con Conrado y luego acompañaba al niño. De vez en cuando se quedaba bajo la ventana, a esperarlo, o entraba traviesamente a las aulas para jugar con los niños. Pronto se convertiría en el perro de la escuela al que todos querían.
Poco a poco, Lepantito iba adquiriendo saberes y conocimientos. Conrado lo trataba como una persona mayor. Hablaban mucho. Le propuso que él le enseñara su lengua Zulú a cambio de ayudarlo con el español. Es así que los dos aprendieron mucho de las distintas formas de vida del otro. Se divertían leyendo libros de otras tribus del África o diferentes países, salían a pasear, viajaban (Lepantito nunca quiso volver a su tribu por más de que Conrado le insistiese) y aprendían mucho el uno del otro. Lepantito adoraba a Conrado. Este, no solo se convirtió en su padre, sino que también, en su mejor amigo.
Cuatro años después, María llegó a sus vidas. Era la nueva profesora de historia de Lepantito. Acababa de llegar al pueblo. Señora distinguida, sonriente y despreocupada. Tenía 45 años de edad. Cuando conoció a Lepantito, ya de 15 años, se maravilló. Se emocionaba al oír su historia de vida. Pronto se presentó  con Conrado, con quien se pasaba horas y horas hablando. Fue evidente la atracción que estos dos se tenían y no tardaron en comenzar una relación sentimental. Cuando Lepantito llegaba a casa, allí estaba María. Esto le incomodaba, pero veía a Conrado tan contento que se ponía feliz por él. Dos años después, María se mudó a la casa con ellos. Previamente, Conrado había solicitado permiso al adolescente, tratando el tema con delicadeza ya que vaticinaba un comportamiento errático, puesto que siempre estaba celando a María. Lepantito accedió pero sin ganas. Al principio la situación era buena, todos intentaban llevarse bien con el otro, pero un tiempo después, el muchacho se empezó a sentir desplazado, ardía de celos de María. Tampoco aceptaba el hecho de que ella tomara el rol de madre. Es así como comenzaron las discusiones.
La adolescencia de Lepantito fue difícil. Peleador, efusivo. Era un chico particular. Si bien era bueno, solía causar problemas. Permanecía tranquilo hasta que se enojaba y salía a los gritos y portazos. Ponía la música muy alta en la casa y peleaba con María por todo. Sus primeras novias no le duraban mucho ya que era parco y poco comunicativo. Se la pasaba en el patio con sus animales. En el año que María se mudó con ellos, Lepantito compró dos gallinas, medio a propósito, cosa que ella detestaba porque ensuciaban todo el patio y empezaban a cacarear bien temprano a la mañana. Pero era inevitable que lo hiciera. Tenía la aprobación de Conrado. En los fines de semana, el adolescente solía salir a la noche y no regresaba hasta el día siguiente. A veces aparecía borracho, y maltrataba a quien se le cruzara en su camino. Física y verbalmente. Incluso a Conrado. Fueron los dos años que más pelearon Lepantito y su padre. Aunque este tenía la facilidad de  hablar con el muchacho y hacerle entender su comportamiento inoportuno. Entonces lograba  tranquilizarlo. Pero aparecía María y todo volvía a empezar. Cuando Lepantito terminó la escuela, Conrado le ofreció pagarle la universidad en la ciudad y él acusó a María de querer sacárselo de encima. En realidad, ya habían estado hablado en los años anteriores que él se iba a ir a estudiar veterinaria a Madrid, pero en ese momento estaba tan furioso con ella que sus celos lo cegaron y optó por quedarse. Consiguió trabajo en una bicicleteria. El resto del tiempo la pasaba con sus animales: una serpiente, una tarántula, hamsters, las gallinas y por supuesto Tau, que ya se había convertido en su compañero de cuarto. Además tenían un gato. 
 Lepantito solía irse de viaje con sus amigos a varios lugares. Conrado le decía que “el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Disfrutaba conocer nuevos lugares y estudiaba todas sus características antes de emprender el viaje. Pero estando unas semanas fuera de casa comenzaba a extrañar a Conrado, a Tau y le preocupaba el cuidado de todos sus animales, que seguro María desatendía. Asique retornaba enseguida a ocupar su lugar en la casa.
A sus 21 años, un acontecimiento difícil para él marcó su vida. Tau, su fiel amigo, falleció. Esto fue un golpe duro para él ya que amaba al perro y estaba con él desde que llegó al pueblo. A partir de aquel suceso. Lepantito pensó en su futuro. No podía seguir pegado a Conrado. Decidió mudarse solo. Al principio le costó la separación a pesar de que estaba a cinco cuadras de su padre y que iba casi diariamente a ver a sus mascotas, pero de a poco fue viendo usufructo en ello: su relación con María mejoró, su carácter mismo se volvió más apacible y sentía  más libertad y autonomía. Tuvo una relación estable por unos tres años con una chica que le ayudó a seguir creciendo y solucionar sus problemas. “Donde una puerta se cierra, otra se abre”, le recordaba Conrado. Y a sus 22 años, Lepantito se mudó a la ciudad para estudiar  veterinaria en la universidad. Le costaba estar lejos del pueblo. No le gustaba el bullicio. Cada vez que podía se escapaba a ver a los suyos. Aprendió a manejar y todos los fines de semana se volvía. Usaba su brazo ortopédico en la ciudad pero jamás en el pueblo. Era muy estudioso e inteligente. Tenía muy buenas calificaciones. Y le apasionaba estudiar esta carrera.
En el patio de la casa de su padre armó una improvisada veterinaria y estudiaba allí. Conrado siempre lo dejó hacer cuanto quisiera respecto a este tema. Incluso cuando ya no vivía con él. Esto molestaba bastante a María quien no decía nada, porque ya sabía que la respuesta no sería agradable para ella. Conrado y Lepantito tenían un lazo muy estrecho y una historia singular. Lo validaba, pero era tedioso tener que limpiar el lugar y hacerse cargo de los animales. Igualmente, se alegraba del gran avance del muchacho y las ganas que depositaba en ello.
Un día gris de otoño, cerca del amanecer, Lepantito recibió un llamado de María. Cuando escuchó su voz, se le erizó la piel. No era común un llamado a aquella hora. María tenía la voz ronca, triste. Le comunicó que Conrado estaba en el Hospital. Lepantito salió disparado. Estaba atemorizado. Temblaba, lloraba. El viaje de la ciudad al pueblo se tornó inseguro y largo, no podía contener su conmoción. Cuando llegó, Conrado estaba recostado en la cama. Parecía haber envejecido veinte años de repente. Estaba lleno de cables. Se abalanzó sobre él. Lloraba como un niño. Conrado trataba de contenerlo. Había sufrido un ataque al corazón y estaba muy débil. Aquel día Lepantito no se despegó ni un segundo. Ni siquiera para ir al baño. Tenía tanto miedo de perderlo. Conrado lo tomó de la mano, sonrió y le dijo – isibhedlela - rememorando años atrás. Ubaba - le contesto Lepantito, con los ojos amorotonados de tanto llanto. Tres días estuvo internado en el hospital. Conrado tenía que consolar al muchacho. Lo aconsejaba tiernamente. Estaba débil, cansado, sin embargo no dejaba de sonreírle a su hijo. Se profesaron su amor, su agradecimiento y casi sin notarlo, se despidieron. Aquella noche, el corazón de Conrado dijo adiós. “Kahle”.


2015

Inconsistencia

Esta intermitencia...este correr asiduo que abruptamente se para a contemplar la bruma. Si la bruma, aquella que desde atrás se posiciona adelante y se hace contemplar. Te envuelve risueña y contigo va hacia allá, hacia donde tú vas. Con los sueños al hombro. Y juntos salen a andar la vida. Y cuando la bruma finalmente se disipa, allí todo lo ves, el camino que has recorrido, lleno de aberrantes bestias invisibles dentro de la materia higroscópica, allí ves el etéreo lago al flanco del sendero. Vuelta la vista al horizonte por delante, descubres el glorioso atardecer infinito que algún día ocurrirá, entre risas y campanas, entre miradas y lecturas. 
     A veces quisiera parecer cantar, pero grita. Otras veces canta tan dulcemente que los helechos se elevan al sol. A veces muda, a veces verborragia pero siempre mágica. No vale la forma sino lo que es en sí: Magia. Es simplemente eso, andar en la bruma viendo y dejando de ver, envuelta en la benevolencia de una magia intermitente.

viernes, 9 de septiembre de 2016

Domingo silencioso

Estaba cansada, fastidiada. No sabía exactamente por qué,  no obstante sentía en su interior un atisbo de molestia. El sol ya dejaba el día. Dudó por un instante qué hacer y a continuación se calzó el jogging y se fue a su clase de Pilates. Una vez frente al espejo, hacía los ejercicios sin demasiado esmero. Miraba su reflejo y pensaba qué era lo que la había afectado. Pensó en todo lo que había hecho en el día: las conversaciones que tuvo, las noticias que leyó, el trabajo, etc. Nada le parecía significante. Sin embargo aún sentía una pequeña indignación. Mientras estaba mezclada allí, entre buscar una respuesta a su enojo y realizar correctamente los ejercicios, observaba su cuerpo moverse. Estaba recostada sobre su lado izquierdo, levantando y bajando la pierna derecha cuando notó que en esta pierna, en vez de tener un pie, tenía una mano.
Al principio no le dio importancia, pensó que estaba viendo visiones puesto que estaba concentrada en otra cosa y apenas parpadeaba, miraba de fondo. Pero a medida que los segundos pasaban, se daba cuenta de que realmente había allí una mano. Parecía un puño cerrado. Miraba atenta. Nadie más parecía percibirlo, o no la habían visto aun. Alejó la mirada unos momentos para despejar su mente y volvió su mirada al pie. Efectivamente, había una mano. De un salto se incorpora para verse directamente. Se impresiona. Los demás la miraban extrañados. Ella estaba sorprendida, los miraba y retornaba la vista a su pierna varias veces pero nadie se inmutaba. Volvió a recostarse para hacer los ejercicios. Quizá estaba soñando. Miraba su tercera mano con interrogación. Comenzó a mover su “mano” para atrás y para adelante en el aire. Pareciera como si la mano la saludara. De repente, siente pavor al pensar que ésta pudiese cobrar vida propia y empezara a moverse sola. Sin embargo, se contuvo y siguió la clase como si nada. Al momento de levantarse no sabía qué hacer. ¿Tendría equilibrio? ¿Podría caminar? Se levantó disimuladamente con el pie izquierdo, teniendo el derecho en el aire y brinco hasta la pared donde estaban sus pertenencias. La gente la miraba asombrada. Ella sonrió levemente mientras agachaba la cabeza un poco avergonzada. Se sentó para calzarse. Primero se puso la media y la zapatilla del pie izquierdo y se detuvo con la mirada puesta en su pierna derecha. Fue en ese instante en que advierte que la mano de la pierna tiene seis dedos. Era una mano más pequeña que las otras dos. No salía de su asombro. Tenía que estar soñando. El profesor se acerca y le pregunta si está bien. Ella lo mira atónita por unos segundos esperando que este note la situación, sin embargo, lo único extraño que nota es su actitud. Le dice rápidamente que está bien y sin pensar se pone la media y la zapatilla a toda prisa para salir de allí. Cuando se da cuenta, estaba caminando. Se paraliza. No sentía nada raro. Era como si tuviera pie. Caminaba normal. Así que continuó caminando a su hogar. Al llegar se dispuso a sacarse las zapatillas. Sonrió para sus adentros pensando que era una tontería y que iba a ver su pie derecho. ­– Estuve alucinando –  se decía.  Pero para su sorpresa, cuando se descalzó, allí estaba la mano. Su cara se transformó.  Quiso alejarse de ello pero era imposible, era una parte de su cuerpo. Permaneció parada con la pierna derecha en el aire bien alejada de ella, como si eso la ayudara en algo. No sabía cómo proceder.
Su novio tardaría un par de horas más en llegar. Lo llamó pero no contestó. Igualmente, ¿Que le iba a decir? Era ilógico. Trató de calmarse y pensó. De pronto, estiró los dedos de aquella mano como si fueran dedos de pie. Los dedos se abrieron alargándose. Acto seguido apoyó la mano en el suelo. Fue un acto inconsciente. Sorprendida miraba para abajo sus piernas, la una con el pie y la otra con la mano. Era una imagen escalofriante. Pero, en efecto, estaba parada en perfecto equilibrio. No se atrevía a caminar, pero quería hacerlo.  Toma coraje y levanta la pierna derecha para comenzar a andar, ve como su mano se desprende del suelo desde la muñeca hasta los dedos, para avanzar, y como se vuelve a aplanar para apoyarse en el suelo, desde la muñeca hasta los dedos también. Camina por la habitación, entre confundida y estupefacta. Se tranquiliza. Se calza. No quiere ver la mano. Ya fue suficiente. 
Unas horas después, Pedro llega a casa. Ella lo lleva al sillón y lo sienta. Se saca la zapatilla. Él mira sin comprender. – ¿Qué pasa? – dice. Ella lo mira – ¿No me digas que no ves la mano?
Él – No ¿qué mano?
Ella mira la pierna y ve todavía esa mano ahí. – ¡La mano! – dice temperamental y le señala el pie.
Él – ¡Estás loca! ¿¡Qué mano!?– Contesta nervioso.
Ella levanta su pierna derecha y se la pone en la cara. – ¡Esta mano! – Dice gritando furiosa. – ¡Pégame que estoy soñando sino!
Él aparta su pierna con fuerza. – ¡Sacame tu pie de encima mujer! ¡Estás loca de remate!  ¡¿Me estas cargando!?
Ella – ¡SI! Estoy loca. Enloquecí. ¡Mira! ¡Es una mano! ¡La veo perfectamente! ¡¿Cómo puede ser que soy la única que la ve!? – se pone nuevamente el calzado y se va furiosa a la habitación. Esa noche no hablaron más del tema. No hablaron de nada. Ella durmió con la zapatilla puesta.
Al otro día cuando despertaron, ya ni se acordaban de la situación. Ella caminó dormida al baño. Cuando cobró sentido y vio que tenía una zapatilla puesta, recordó. Se quedó unos cuantos segundos esperando tomar la decisión de descalzarse. Con un brusco movimiento se arrancó la zapatilla y vio que estaba la mano. Se desganó. – Me voy a la guardia – dijo secamente. Se vistió con suma rapidez con lo primero que encontró y se fue al hospital más cercano. Su novio fue tras ella. En la guardia, no le encontraron nada. La mandaron a un psicólogo. Ella estaba fastidiada y frenética. Se fue al trabajo y no mencionó a nadie su situación. En el transcurso del día, aflojó su furia y hasta se olvidó de la mano extra. Arregló todos sus asuntos pendientes, adelantó trabajo. Trataba de estar ocupada. Su humor fue cambiando, hasta estaba contenta con la labor hecha. No pensó en la mano hasta la noche cuando su novio llegó a casa.
Pedro, estaba preocupado, angustiado. No sabía qué le pasaba a su novia ni cómo podía ayudarla. Estuvo todo el día pensando en ella. Estaba molesto porque no entendía. ¿Lo quería volver loco? ¿Le estaba diciendo la verdad? Ella seguía sin ganas de hablar del tema, quería cenar en paz. Después vería. Se acostaron.
Al día siguiente, cuando se levantaron, ella, que había dormido con la zapatilla puesta, se descalzó para ir a bañarse, y para su sorpresa, ya no tenía una mano en vez del pie. Miró con cariño su pie perdido y se fue a bañar contenta. Cuando salió, fue a contarle a su novio. Este tenía una cara de espanto importante. Le mostró su pierna izquierda.
¿Qué pasa? – le dijo ella.
¿No ves? – Tengo una mano. Le dijo él con pavor.
Ella no veía nada. Pensó que se estaba burlando. Y le mostro su pie. – Mira. Ya está. Vuelta a la normalidad. No te hagas el chistoso. Caso cerrado.
Pero él no aflojaba. Veía en serio una mano. Ella no podía verlo. Se enojaron los dos. Discutieron. Él, porque ella no lo acompañaba; ella, porque pensaba que la estaba cargando. Así paso el día. Pedro no salía de la cama. Estaba realmente asustado. Le horrorizaba ver la mano. A la noche, ella por fin comprendió y le creyó. Trató de consolarlo. Le dijo que ya se le iba a pasar.
Aquella noche ella durmió plácidamente. Él no pudo pegar un ojo hasta 40 minutos antes de que su novia despertara. Era un domingo silencioso. Antes de abrir los ojos, como era su costumbre, ella metió los pies entre los de él. Plácidamente dormido, Pedro le acariciaba sus piernas. Ella sonreía entre sueños. Luego le empezó a hacer cosquillas en el pie. Ella reía. Como no paraba, abrió los ojos para que aflojara y vio a su novio durmiendo a su lado con los brazos abrazando la almohada. Seguía sintiendo las cosquillas. A toda velocidad se incorporó con un grito. Desatendió las sabanas y vio como la mano de la pierna de su novio le hacía cosquillas. Pegó un nuevo alarido que despertó a Pedro. Ella ya estaba al otro lado de la habitación con cara de pánico. Él la miro, aturdido, no lograba despertarse y tenía el tímpano a punto de romperse por los gritos de su novia. Tardó unos minutos en comprender. Ella veía su mano. Los dos estaban realmente asustados. Ella se miraba el cuerpo para ver si tenía alguna otra anomalía. Él estaba sentado en la cama custodiando su tercera mano, al borde de la locura. Luego de un tiempo se calmaron ambos y permanecieron quietos en su lugar, sin moverse o proferir palabras. Cada uno sumido en sus pensamientos, sin siquiera mirarse. Luego ella se acercó a él. – Tranquilo. Pensemos. Si no lo ve nadie más es porque no existe. Es algo pasajero. Como me pasó a mí. Mañana ya no vas a tener nada.
Pedro – Sí, claro pero yo nunca vi tu mano. Y vos ahora, está claro que sí ves la mía. Llama al médico. No. No lo llames. ¿Y si ve la mano? ¿Qué va a pasar? –decía cada vez más desesperado.
Ella –Tranqui. Tranqui. No hay nada. No va a ver la mano. Vayamos para que te serenes. Estoy segura de que no la va a ver.
Él – Yo de acá no me muevo. ¿Cómo voy a caminar?
Ella –Parate, vas a ver. Es como si tuvieras pie. En realidad es un pie y nosotros lo vemos como mano.
Él – ¡No, no! Es una mano. ¡Es una mano!
Ella estiro sus manos para tomar esa mano.
¿¡Qué haces!? –  dijo él con espanto.
Ella – Es un pie. Cuando lo agarre vas a ver como vemos el pie–  agarra la mano. A su vez, ésta la agarra a ella. Los dos se miran. Ella se aparta consternada.
Mirá, tenes que olvidarte del tema. Hacé tu vida normal y va a desaparecer, no hablemos más de esto. Te digo. Yo hice eso y se me fue – dijo convencida.
Pedro – ¿¡Cómo voy a dejar de pensar en esto!?
Enfocá tu cabeza en otra cosa. Dale. Animate, no pasa nada. Levantate. Yo te ayudo. Ella se para, pero él está quieto en la cama, y lo toma de las manos para levantarlo a la fuerza. Él mira para arriba, boquiabierto.
Ella – ¿Qué sentís?
Él – Nada.
Ella – Bien. Vamos bien. Camina.
El titubea pero comienza a caminar. Siempre con la cabeza en alto.
¡Estoy caminando! Decía entre contento y temeroso. A cada paso que daba más confianza tomaba. Hasta que se creyó que tenía los dos pies y miró para abajo. Allí estaba la mano. Apartó rápidamente la vista. Y se acostó en la cama tapando la mano de la pierna con la sabana. Pasó el día. Trataron de no hablar del tema pero él no podía evitar acordarse de la situación en la que estaba sumido. Sin embargo, de algún modo estaba más tranquilo.
Se acostaron a dormir. Luego de un rato, que parecía que ambos dormían, ella se levanta despacio, agarró su almohada y una manta que había dejado cerca y se va al sillón. Dos minutos después, él la va a ver.
Pedro – ¿Qué haces? Dijo con cara de pollito mojado.
Ella lo mira, sin saber que decir.
Pedro ya enojado – ¿Te venís a dormir acá? Que, ¿no querés dormir con este adefesio? ¡Yo dormí con vos! – dijo consternado.
Ella - Es que… tengo miedo que vuelva a mí. ¡Qué sabes! Cuando yo tenía la mano, vos no, y cuando se me fue, te apareció a vos. No la quiero de vuelta.
Pedro – ¿y si no se me va más? Que ¿vas a dormir siempre acá en el sillón? ¿Te vas a escurrir mientras pensás que duermo? – estaba enervado. Se da media vuelta y vuelve a la cama. Ella lo sigue.
Ella – Tenés razón. Perdóname. Es que no es fácil. Yo también estoy asustada. Vos no me creías y me tratabas de loca. Yo estoy acá con vos.
Él – Sí, pero ahora te estas yendo. Vos me hubieses tratado de loco a mí, seguro.
Ella – Ok. No te enojes. Perdón. Ya vamos a poder resolverlo– y diciendo esto se acostó a su lado abrazándolo. Sus piernas estaban al otro extremo de la cama, los pies fuera de ella.
Al día siguiente lo primero que hicieron ambos fue mirarse los pies. Ella sonrió, él no. Allí estaba la mano. Ambos se desganaron.
Ella – Andá al trabajo y despejate.
Pedro – Ni loco. Yo me quedo acá. No salgo.
Ella – Así es peor. Tenés que salir. ¿Te vas a quedar solodándole importancia a esta mano? Salí y hace tu vida, vas a ver como se te olvida y se te pasa. No la vas a ver más a la mano.
Con paciencia ella lo ayudó a seguir. Se arregló y salió a trabajar. Así pasaron dos días más. Trataba de olvidarse, pero le costaba. La mano seguía estando allí. Hasta que al cuarto día de tener la mano en su pierna, en el día de su cumpleaños, Pedro se olvidó por completo de su mano extra. Pasó el día festejando y relajado. Al día siguiente se levantó como si nada, se bañó, se cambió y salió a trabajar, luego se fue a jugar al fútbol. Hizo su vida normal sin notar sus pies. Ella los vio, sus dos pies perfectamente en su lugar, y no dijo nada. Todo volvía  a la normalidad.


La naturaleza anda diciendo...

Muerdo con fuerza, con tanta energía que mis colmillos parecen romperse. Es que aún estamos en la cima de nuestro amor. Mezclando nuestros cuerpos salvajemente. Roen impacientes unos con otros y necesitan de tu cuerpo. Entonces, en mi cabeza, esto se hace insostenible e instintivamente lo hago: te abrazo con este cuerpo mío y te devoro. Estabas tan apetitoso que no pude resistirme y me lancé hacia vos. O te lancé a mi boca.
Gemías mientras yo saboreaba tu cuerpo. Era necesario, casi sin notarlo, por inercia, te comía vivo. Mis ojos te miraban pero no te veían. Sabía que eras vos y sabía lo que estaba pasando. El impulso seguía. Vos ahí, casi obligado, me ayudabas, te inclinabas para ayudarme en la tarea de comerte. ¿Eras conciente de que te iba a comer? Yo, ahora preñada de vos, con crías que nacerán sin padre puesto que me lo estoy comiendo. Canibalismo. Lo siento.
Te enlacé con mis enredos, te engalané y te traje hacia mí. Trémulo, ahí estabas, dispuesto a seguir tu destino. Me abalancé con ganas, con ímpetu, con ansiedad. No sabía lo que realmente pasaba, no habíamos consumado aun nuestro amor y ya estaba comiéndote. Mis patas te abrazaban y apretaban fuerte, aunque nunca fue tu intensión escaparte. Momento delicioso, saciado. Mis labios rozaban tu cuerpo mientras entrabas en mí. Te besé todo, te acaricie el cuerpo, te disfruté completo.

Era preciso hacerte mi comida, tal vez para proteger a mis futuros retoños. Algo me exigía esta acción y creo que vos también lo sabias. No opusiste resistencia. Mis ocho ojos te miraban con placer, mis ocho patas te sostenían el cuerpo. Esa sensación de que todo estaba bien. Este canibalismo sexual, aunque no lo quisiéramos, aunque no entendiéramos, y a nuestra manera, lo emprendimos juntos. Te comí y me dejaste comerte. Nos conectamos. Fue de a dos. Sacié con tu cuerpo la voracidad que me provocó tu mismo cuerpo.

martes, 26 de julio de 2016

Pensamientos

Es sólo eso...es partir...es querer partir y salir
Salir a buscar aquello que alimenta la razón de vivir.

Paciencia, dicta mi razón, mientras que mi corazón se exalta a cada pensamiento.
Feliz de saber lo que quiero y adentrarme a ello.

Cuesta tanto dejar algo que no es?
Me rio de solo pensar en aquello que me cuesta más es lo que generalmente cuesta menos. Y al contrario aquello que para mí es nada complicado a otros sin embargo les cuesta tanto.

Ese despertar en mí es glorioso, porque me lleva a descubrir que es algo muy mío, único, diferente al resto. Y me encanta. Quizá no lo pude ver antes, me hubiese gustado, de todas maneras ya está acá, conmigo...y sin mí a la vez. Es raro a veces sentirse dos, sentirse cuatro incluso. Como llevar otras personas adentro. Estas vos, y después sentís que aparecen otros dentro tuyo, que son diferentes, como ajenos, pero que en realidad es uno mismo.

Pensar y no pensar. Calcular el pensamiento.

Es esta sensación a bueno, a correcto, a sonrisa, una fragancia bondadosa que me endulza y me envuelve.
Ya era más que evidente y hoy se desprende, hoy sale a cantar



jueves, 30 de junio de 2016

Felicidad

     Amigos, ¡felicidad! ¡Vibremos juntos! cuantos miedos acallé y cuantos miedos se me suman!
Los acallados están donde deben estar. Guardados en quien les da valor. Los sumados están aquí junto a mí, e irán acompañándome un tiempo hasta que logre disiparlos. Estos miedos de los que hablo son naturales, son pequeños y necesarios. Están y enseñan. Son parte.

     A veces debería lanzarme más y acompañar mi intuición, que es muy buena. Pero la persistencia de la idea, de la sensación y del sentimiento es más que todo. Se nota y en algún momento sé que aquello que quiero se ha de realizar. No hay vuelta que darle, cuando una idea verdadera surge en mí, la sostengo hasta que la llevo a cabo. Y es "gracioso" lo que dije, porque...la sostengo, es decir, la tengo para que no se vaya...la retengo. Otra vez, tengo que confiar más en mi intuición, dejar de dejar pasar el tiempo, soltar, porque así, a lo despreocupado, me saldrían bien también las cosas y me llevaría menos tiempo. Tengo buena suerte en ello además de que mis capacidades que son aptas.

     He abierto una puerta y estoy parada en el umbral, contemplando como si estuviera a punto de entrar a aquella imagen llena de colores en la que entró el cine por primera vez, cuando un huracán arrasó con la vida de Dorothy para llenarla de experiencia y sabiduría; o tal vez me sienta en los zapatos dorados de Alicia entrando al país de las maravillas.

     ¡Alegría! que ya me he subido a la nave de Odiseo para emprender un viaje de aventuras y desafíos propios de mis necesidades y curiosidades, característico de mi personalidad. ¡Qué placer!


     ¡Eureka! ¡Nenikékamen! :) 


viernes, 24 de junio de 2016

Escribir lo que pienso o pensar porque estoy escribiendo

     Ubiquémonos, o ubico-me: acá estoy, sentada en mi oficina, en el subsuelo de la calle del microcentro de esta gran ciudad. Creo que lo que suena de fondo es marcha o algún remix que alguno estará escuchando - y haciéndome escuchar - en la otra oficina. Yo en silencio (sin contar ese ruido de fondo) puesto que ya todos se fueron, al frente de los apuntes de las materias que rindo hoy y que nunca antes estudié...
Con ganas de insertar estos nuevos conocimientos en mi cabeza, con una especié de chip al estilo "Matrix". Y ya que estamos, un dispositivo para la memoria, la concentración y algún conjuro mágico para acallar esa música que suena atrás.

Estoy feliz y entusiasmada por mis decisiones. Aquellas que este año tomé y además realicé. Porque no es lo mismo decir que hacer. Decir ya es hacer algo pero debe haber una acción más para corroborar esa otra acción. Para concretarla. Porque muchas veces las enuncié y después quedaron en el olvido (o en el recuerdo). Así que hoy puedo afirmarlo. 

Tengo en la muñeca izquierda una cinta roja que me regalaron con la consigna de pedir tres deseos. Un deseo, un nudo. Y luego sellarlo con esmalte o fuego para que no se suelte. Así que tengo tres nudos de deseos en mi muñeca, que liberé al cosmos para que se realicen.
Ahora bien: nudos, liberar...estos nudos ¿están sujetos a la espera de poder liberarse? Anudándolos ¿los libero? ¿Debo cortar la cinta para que se liberen? ¿Debo usar esos nudos como un rosario para acordarme de ellos y con el pensamiento avocar su realización?
Nudos y libertad...

Estos nudos están relacionados y condicionados. En el lugar y espacios dados, me sentí en la obligación de solicitar un deseo por las condiciones en que me encontraba. A pesar de esa condición, nadie podría entrar en mi mente para ordenarme que piense algo en concreto. Además ¿quién se enteraría? ¿O me intimidan con tanta facilidad como para que influyan de tal manera en mí? Muchas preguntas pero tengo la respuesta: existiendo el condicional quise solicitar ese deseo de igual modo.  Ese deseo me llevó a pedir por el otro, que tenía que ver pero no tanto y finalmente un último deseo se suscitó en mí. 
Quisiera saber si decirlos, para liberarlos y que así, vayan al cosmos a nutrirse de la energía necesaria para retornar a sus respectivos lugares cumpliendo la necesidad solicitada. Si yo los libero, es decir, contarlos, la gente que los capte, que los reciba, aportará, seguro, un poco de su energía para hacerlos cumplir. Diciéndolo en otras palabras: crear una "cadena de oración" (La iglesia se ha hecho de conceptos importantes. Pero no quiero hablar de religiones.) No hablo de rezarle a dios, sino de evocar energías cósmicas y pasar nuestras propias energías a esos deseos.

 Sólo un deseo de los que pedí es para mí. Y lo considero medio pavote. Pero ningún sentimiento de necesidad es vano. Fue concreto pero después lo amplié. O lo traducía. Porque por ejemplo es sencillo querer un helado. La tarea es encontrar la manera de conseguirlo: conseguir el dinero, trasladarme para conseguir el helado, solicitarlo y finalmente, tener el helado (esta es una posible vía). Y yo pedí eso, sabiduría en el camino para conseguir lo que realmente quiero. El camino a transitar, el modo en que llegaría al logro del objetivo final. Y la verdad es que va bien. Pero ete aquí que en una misma semana los tres deseos me dieron noticias. El mío, como ya dije va bien. Los otros dos, flaquearon un poco.

Siempre que miro mi cinta pienso en los deseos. y a veces toco los nudos para de alguna manera simbolizar el pase de energía. De mi para esos deseos, para esos nudos...



Esto de escribir lo que pienso o pensar porque estoy escribiendo...



martes, 14 de junio de 2016

Ella

     Ella estaba ahí sentada, mirándome, con sus ojos perdidos en el abismo más profundo. Lejana, me miraba sin entender, y yo sentía, sentía esa mirada fría en mi ser. Sentía su abismo. Pero no logro - ni por favor quiero - comprender esa sensación, esa emoción desbordaba pero sujeta a ella. Quisiera revocarle esos sentimientos porque el solo hecho de sentirla me da escalofríos. 

     El sol brilla a pesar de todo. Y nos indica que hay que seguir, y vamos. Ahí estamos, siguiendo, caminando hacia adelante. Con todo adentro y lo que sacaste para mí. Con sensaciones, energías y latidos latentes. 


     Ella mira sin mirar y sigue...

lunes, 6 de junio de 2016

Hasta que se convierta en Mito

     La noche caía como sin más, sin nada. Era inevitable su rumbo. Pasaba. No había manera de detener el tiempo, de retroceder, de querer que tarde más. El tiempo pasaba y nada. Comenzaba, de a poco, a sentirse la penumbra, las desiertas calles, los fríos ruidos, los pájaros mudos. Y allí te oí, en esa soledad que estaba vacía, carente de voz, tu vos sonó. Tu vos dijo mientras que tu voz callaba y se iba perdiendo lentamente, haciendo ecos en la paredes blanquecinas con olor a gris. Desperté quizá con tu ausencia tanto de voz como de vos, sin querer. Y añorándote te fui viendo rebotar de aquí para allá y de allá para allá y cada vez que miraba, un poco más lejos estabas, más distante, Tanto que ya no sé si creerte, si estas, si sos o fuiste. 

     Las horas pasan como tienen que pasar y yo paso. Me acuerdo de algo pero no sé exactamente de qué. Pareciera que quiero acordarme. Hay un cambió que me mira, que espera verme y sentirme otra vez.

domingo, 29 de mayo de 2016

"Ando tan textual que podría comerte la boca a versos"

     "Ando tan textual que podría comerte la boca a versos"

Tu boca alienta mis palabras, tus labios me dictan frases surreales. 
Al abrir esa cavidad ya sé lo siguiente que mis manos escribirán. No hace falta que digas nada. Esa boca tuya me habla con solo mirarla.

Me derriten tus comisuras perfectas. Me inclino ante tu sonrisa
y ese gesto que emana de tu boca...
Mis labios se alborotan ante tu voz. Ese aire que se desliza por tu laringe y que produce melodías al tocar las cuerdas vocales.

Me encanta perderme en tu boca y tener mi lengua en ella,
el calor de tu saliva abriga mi boca
y cuando nuestros labios se enganchan y emiten el sonido inconfundible del beso,
ese beso delicioso, envolvente, hipnotizador.

Es que tu beso en mi boca canta
Mi beso en tu boca baila
Nuestro beso de boca pinta en óleo y en acuarela,

y es que esa boca tuya me hace ver las estrellas.




martes, 17 de mayo de 2016

Intuición



Época otoñal, matices y paisajes que envuelven la vida, las hojas adornan el suelo. Los árboles despejan sus ramas para dar paso a nuevos colores en ellos. Ella camina placidamente por el sendero del parque, inserta en ese ambiente delicado. Su boina a un costado, su bufanda blanca y su largo tapado relucen en ella. Esta contenta. Disfruta de aquel paseo diurno. Los rayos del sol iluminan su cara y provocan un brillo particular en sus ojos. Siente el frío en sus manos pero sus mejillas se sonrojan al contacto del sol. Él está al otro lado del parque, esperándola. Juega con una moneda entre sus dedos. Con los auriculares puestos escucha su música preferida.

Ese día parece haber más gente de la que suele haber, amigos, parejas, familias, mascotas. El parque esta lleno de alegría, de palabras, de risas. Ella camina. Va observando el paisaje a su alrededor, sonríe al ver a los niños jugar, disfruta de ver a los perros correr tras algún objeto arrojado por los aires. De repente, una ráfaga de viento levanta sus cabellos y cubre su rostro por completo. Al descubrirse, lo ve a él a lo lejos. Atina a sonreír, pero no lo hace. Sigue caminando. Lo mira fijamente. Esboza una nueva sonrisa pero sus labios tropiezan. Sin embargo no lo nota. Y en cada paso que anda, un parpadeo, un borrón, y un hilo de comprensión. Sus dedos comienzan a tocarse, rasgando sus cutículas. Sin advertir nada aún, su rostro agraciado se torna serio, medita cada cosa que ve. Apaga su marcha hasta quedar casi inmóvil allí, en el medio del camino a unos casi, exageradamente calculados, 100 pasos de él. 100.
Sus deseos se vuelven confusos, siente la necesidad de virar. Gira la cabeza. Ve un banco. Se sienta. Al lado suyo se encuentra un hombre leyendo un libro. Se queda mirándolo. Él está compenetrado en su lectura, pero la insistida mirada de ella hace dejar esas líneas. La mira. Ella le sonríe, él la mira un poco desorientado y le devuelve la sonrisa. Ella se incorpora hacia el sol y se queda allí, dejando que los tibios rayos acaricien su cuerpo. Cierra los ojos, toma  aire y exhala con suavidad. Él se la queda mirando. No sabe si hablarle. De pronto Ella se para y vuelve a su rumbo. 98..97..96..pasos hasta él.

Comienza a sentir frió. Unos árboles le han bloqueado el contacto con el sol. Lo mira a los 83 pasos de distancia. Quiere sonreír no puede. Lo siente. Se extraña. Piensa. No. No quiere pensar. Deja de pensar y sigue. 65…64…63. Mete sus manos en los bolsillos. Y se relame los labios. Los muerde. Esta inquieta, absorta. Sigue caminando hacía él. Él está ahí, sentado, esperándola, jugando con una moneda, casi de espaldas. No puede verla. Parece estar en su mundo bajo los efectos de la música, como ido, disfrutando de la pasión que ello le genera. 28…27…26. Puede verlo claramente, una sensación intrínseca le recorre por el pecho que le hace tragar saliva. 20…21…22. Lo ve, casi lo siente y jura sentir su perfume, ese que ama, que le encanta sentir. 28…29…30.

sábado, 14 de mayo de 2016

La terca manía de volar

"Nada más cierto en mí que ésta terca manía de volar"
Acción poética NQN.


     Volar inconfundiblemente a lugares reconfortantes. Es esencial tener los sueños bien presentes, quererlos, fomentarlos. Volar. Cuando despego nadie sabe cuándo volveré. Sin siquiera saber que está despejado la pista, esta insistencia arremete y actúa sin preámbulos. Y es posible que no vuelva enseguida puesto que el aire me sienta bien. En un santiamén estoy a millones de años luz de aquí, divirtiendo los oídos, esparciendo melodías de libertad a mí alrededor, que es aquel que no tiene límites. Vagabundeo por el éter soltando el cuerpo e impregnando de energía esta energía lumínica en que me he convertido. Una especie de ráfaga fugaz, que pasa por el universo o los multi - versos como pez en el agua. Es mi sitio. Es mi "tierra". Recorro y siento el aire entre la energía que soy, pura y divina. Sin apretones y desligada de pies que sientan la cabeza que no tengo. No reparo en nada. Solo voy, con todo el mundo. Voy. Y no me importa nada. No me se ocurre acaso pensar en carteras, en rosarios, en claveles, amapolas o chinos. El obsceno pensamiento que fluye por entre mi fuerza es mayor que el que fue ayer. Esta locura que, salvaje, se lanza a las lianas y disfruta del aporreo y la velocidad que alcanza. 
     Es inconfundible el Ser. Preciso es que no se retenga, que no se adule, que no vaya directamente al encuentro de aquel cuerpo placido, tirado en la vida, dispuesto a seguir con las riendas hacia otros lugares terrestres. Es logrado vivir en lo alto, beber de aquella agua quisquillosa que ayuda a volar, que vende extrañezas, que permite construir, disfrazar, caminar y ver lo que no se puede ver.  Me nutro de soluciones y sonidos estrafalarios. De mugre limpia, de pulcritud sucia, de oportunidades y de jolgorio. 
     Precioso es contagiar de este aire. Que crea y cree en lo que realmente no está pasando. No pasa nada, solo aire, solo imágenes, solo sentimientos, solo sensaciones, solo motivaciones. No pasa nada. Mi cuerpo permanece inerte al inconfundible aroma a amor. No se estremece. No resuena. 
     Vuelo, me encuentro con Platón, y nos ponemos a dialogar. Saltan las imperfecciones de ese mundo que esta por algún lado, con sus deficiencias materiales que se desprenden por esos montículos de tierra, y que se arrastran ahí, en ese lugar. Se contrarrestan con esta autonomía que abunda en esta energía. Sabemos de los que hablamos y cada cual tiene su opinión pero nada se siente, nada puede sentirse allí, todo es verso, versa con apaciguamiento en el aire, flotando, pero sin flotar ya que no hay nada que pueda sostenerse del aire. Es aire. Clave para la clave que la melodía necesita. Todo se asume, se apropia, nace.
     Me acuerdo de ese cuerpo que siente, que está sintiendo. La energía retorna y comienza a sentir junto al cuerpo. Ambos se mueven, a veces al unísono, a veces no. A veces sale la energía y vuelve otra vez. Se permite sentir y dejar de sentir para disfrutar de ambas, en sus formas diferentes. Razona la cabeza, el cerebro, las neuronas, las dendritas, el axón. Se desmenuza la vida en esta codificación de ideas para reformular la vida y volver a salir, renovado y fortalecido. Surge de la nada y por la nada misma. Se vuelve mortal pero muta nuevamente al Ello. Existir.

     Nada es más cierto en mí que esta terca manía de volar  

jueves, 5 de mayo de 2016

Solo amor



     El amor es muy amplio, se encuentra de todas formas y colores, desparramado por doquier, impregnado en las cosas materiales y en el aire. Por todas partes.
     El amor puede ser uno solo y millones. Podemos verlo con lupa y descubrir maravillas. Pensarlo en un todo y/o como un sistema donde sus componentes están interrelacionados.
     Desde una simple sonrisa, una mirada cómplice, una canción, un gesto, un aroma…algo. Es ese amor al que me refiero, amor en su totalidad, del sentimiento, de la energía positiva. Simplemente eso. El sentir. Lo bueno que impulsa en la vida. El amor propio, el amor ajeno. Y hay tanto de ese amor que sólo podré explayarme sobre él en un ínfimo sentimiento. Una breve descripción de lo que, en estos minutos, aflore de mi inconsciente.
     Y dentro de ese amor, hay mucha diversidad. Mucha. Y cada cual lo distribuye a su manera, a su parecer, a su sentir en su forma de transitar este viaje llamado vida. A veces suele pasar que tenemos tanto amor alrededor y no nos damos cuenta porque aspiramos a encontrar otro tipo de amor. Alguno que alguien dijo que se debe tener. Y hasta por ahí lo tenemos y no nos damos cuenta. Porque un piensa que debe ser de otro modo. Amor convencional. He dejado pasar frente a mí varios tipos de amores que estaban ahí, en el momento justo que los estaba buscando. Y los dejé pasar, no los vi. Me pregunto qué es lo que estaba buscando en realidad. También he disfrutado plenamente el inconfundible sentimiento del amor y he experimentado el dulce y fresco amor extraño, el amor que uno piensa que no existe.
     El amor es todo. Más allá de su diversidad.
     A veces prevalece un tipo de amor y a veces otro. Y hasta a veces creemos que no queremos ese amor y este se nos cuela por las entrañas, maravillándonos aun más. Ese amor insólito que, descarado, te acapara por completo.
     Amor en todas sus formas. Yo hablo de un solo amor, no hablo de amores varios. Pero lease como se sienta. Estas son palabras de una que cree pensó que el amor era sólo aquel que muchos dicen tener, de una que siempre estuvo en velo por amor, de una que con los años amó, dejo amar y se dejó amar, de una que conquistó y no, de una guerrera del amor, de una loca que anda por ahí repartiendo amor y no, de alguien que censuró el amor, de alguien que vuelve a apostarle al amor. Del amor por la vida y sus pequeñeces en ella. De la gotita de roció deslizándose por la verde hoja en el jardín, del amor carnal, del amor visceral, del placer de ver una obra de Dalí, de hacer una obra de Dalí, de querer sentir, de dejar sentir, de fluir y acometerse a la vida, encomendarse a lo que nos hace bien.  Amar cada cosa que hacemos y permitirse hacerlo. Hacerlo.
     Algunos tendrán más en claro el amor que otros. Ese es otro amor. Mi amor es este, el que tengo, tuve y tendré. Es el que estoy dejando sentir y es el que me sale hoy.
     Espero que les llegue a todos un poco de este loco y trastornado (aunque positivo) amor que hoy quiero y puedo desprender al universo


jueves, 21 de abril de 2016

Viaje en colectivo

                  Un día me tomé el colectivo como siempre lo hacía, iba sentada, sumida en mis pensamientos, mirando por la ventana realmente a ningún lado. De fondo, se dejaban escuchar los murmullos de la gente conversando. Mis oídos captaban palabras vagas y quizá algunas se colaban en mi mente o simplemente se perdían por ahí. En un momento, parados en el semáforo rojo, comencé a sentir un olor deslucido, que paulatinamente, se fue volviendo más y más intenso hasta convertirse en un fétido aroma, repugnante, casi insostenible. Al notarlo, enseguida lo atribuí al lugar dónde estábamos parados puesto que no era una zona precisamente limpia. Y comencé a quejarme – internamente – de la situación. La gente en la calle iba y venía sin parecer advertir el hedor. Sólo, a un par, parecía molestarnos. 
Cambia el semáforo. Luz verde. Avanzamos pero esto no disipó la fetidez, al contrario, ésta se hacía cada vez más presente. Y me di cuenta de que el olor no provenía del exterior, como pensaba, sino que provenia desde dentro del colectivo. Advertí que otros cerca mío también buscaban una respuesta a este pronunciado olor. Y pensaba en cómo podía ser que la mayoría no lo notaba. Seguían entusiasmados en sus charlas, otros en sus mundos internos.  Y todos ahí, enredados en ese ambiente áspero. Buscaba al responsable, ¿podía ser que alguien estuviera tan descompuesto?
Después de varios minutos, todo seguía igual, y comencé a darme cuenta que aquella peste no provenía de una persona. Simplemente estaba en el aire, flotando en el colectivo y sólo algunos podíamos percibirlo. Tal vez sólo nosotros queríamos notarlo, tal vez sólo nosotros inferíamos en que había “algo” llamativo y claramente negativo en el aire, depositado allí, sobre nuestras cabezas, incentivando fantasías, imágenes, y arquetipos varios que  desdibujaban, en unos, la vida y en otros, simplemente guiaban su conducta.
Atiné a enganchar una palabra perdida en el viento para tratar de comprender pero verdaderamente fueron las palabras las que se asieron a mí primero, revolcándose en mi mente y despertando la conciencia. Ellas fueron las que me informaron y sin filtro afloraron sentidos.
Bajé del colectivo con aquellas sensaciones, con miradas cómplices de los que, conmigo, observaron lo atónito de aquel episodio. Miramos y observamos – que no es lo mismo – esos olores que otros sienten con la nariz.  

 Miramos y observamos.

martes, 19 de abril de 2016

Buenas vibras

La vida es una obra de teatro decía Chaplin. El inconfundible genecillo del arte.
"Un día sin reír es un día perdido" y cuantas enseñanzas y risas nos dejó.
El niño dentro que emana a jugar de a ratos, el experto creativo, el adulto estratega, el líder, y el corazón que siente.
Podría decir que las sensaciones son variadas, extensas y caprichosas. Juegan! y se funden en placeres varios.
Sonrisas...y tanto sale de las sonrisas, porque no es sólo con la boca, es con los ojos, con las cejas, las mejillas, el estómago ¡con los pies!
La sonrisa crea un aire que no sólo ha atrapado el interior de la persona, ahora cubre todo el ambiente y lo llena de aroma feliz. Perfume de sonrisas.
Las energías se multiplican y todo se cubre de colores.
Todo al rededor comienza  a sonreír

La vida es una obra de risas.