Corría una leve brisa que aseguraba el
cálido verano por venir. Esta me acompañaba mientras descubría cada rincón de
ese bello lugar rodeado de tranquilidad. De pronto, como si ambos acordáramos,
nos detuvimos. Juntos, en el mismo lugar o en el mismo momento. Allí, delante nuestro
estaba ese parque verde y ordenado. Sin más entré, descubriendo un pequeño
oasis de árboles y animales pasivos. Perros que no ladraban, pájaros que casi
ni se oían, pavos reales sigilosos. Busqué refugio del sol y del cansancio en
un banco presto a una callecita interna. Me senté a disfrutar del momento y mi
mente, como siempre, comenzó a divagar. Tal vez también me encontraba
escribiendo, reflexionando o todo a la vez. No recuerdo bien mas lo importante está
por venir porque en un momento advertí unos ojos en mí. Estos estaban como
incrustados en mi persona. Mirada casi caprichosa, terca, obsesionada. Estaba
justo al frente mío, parado a la vera de un árbol, como si quisiera copiar mi
refugio al sol y al andar. Lo observé al principio sin demasiada importancia,
como algo pasajero. Será curioso – pensé. Pero después de unos minutos, me di
cuenta de que aquel pavo real quería algo más. Estaba quietecito ahí, mirándome
continuamente. Lo contemplé de la misma forma, para ver que pretendía. O tal
vez era yo la que lo estaba copiando ahora. Y allí empezó un juego de poder. El
animal no cesaba de mirarme. Permanecía decisivo, resuelto, en su lugar, sin
moverse. No me sacaba la mirada de encima. Sonreí para mis adentros y miraba
para otros lados, tratando de restarle importancia al asunto pero su actitud me
fue atrapando. Inmutable estaba él, al lado del árbol. Las preguntas me
empezaron a rondar por la cabeza: ¿qué quería ¿algo en mi le llamaba la
atención? ¿quería pasar para este lado? ¿quería estar en mi banco? En fin.
Preguntas. La verdad es que me reía sola. Pero ¡aquello persistía! Esta escena
estaba durando más de 5 minutos desde que yo lo noté y ya me estaba
incomodando. O en realidad me mataba la curiosidad. O ambas. Comencé a moverme
en el banco a ver si el pavo de despabilaba, pero nada. Él fiel a sus ideas. 10
minutos y no miento. Comencé a sospechar que el pavo quería que me fuera, que
no se movería de allí hasta que yo me fuera antes. ¡Me estaba desafiando! Un
pavo real, es decir, ¡un pavo de verdad! ¡Osó a retarme a un duelo de poder! Asiqué
así estábamos, mirándonos. 15 minutos. Era hora de hacer algo. Rondaba en mi
cabeza la idea de levantarme para ver qué pasaba. Pero no quería otorgarle al
pavo esa ventaja. Que me venciera. Estaba a gusto en ese banco ¿por qué habría
de irme simplemente por un ave? Pero ¡tenía que corroborar mis sospechas! Ahora
estaba segura de ello. Me quería afuera. Me sentía una pava con tantos pensamientos
banales. Pero… le dejaba la victoria de las miradas y me gratificaba con mis
sospechas o permanecía allí hasta que de verdad quisiera irme y que el animal
haga su vida. Me sentía realmente pava. Una pava real. Decidí quedarme pero así
como de pronto, me levante, otorgándole la partida al él. Caminé 10 pasos, renegando
de mi actitud sumisa, refunfuñando. Me di la vuelta y volví al lugar para ver
qué había pasado. El pavo ya no estaba allí, solo había desaparecido por donde
vino. Se volvió. Me sentí entre sometida y encantada. El pavo real venció a la
pava de verdad.
Este texto está basado en hechos reales, Abril, 2017