La
casa estaba fría. El viento movía las ventanas ocasionando ruidos abruptos. La
escalera de madera resonaba creando pisadas imaginarias, sigilosamente el gato
merodeaba por la casa, empujando las puertas con su pasar, casi imperceptible.
Ella estaba allí, en la cabecera de la larga mesa en el vasto comedor. Miraba
fijamente la puerta, aquella que un segundo antes, Natanhiel, el gato, había
abierto a su paso. Su mirada fundía el picaporte, sosegada por aquella
fragancia inconfundible a adrenalina, sostenía con fuerza una cuchilla
afilada. Su pequeña mano izquierda, helada, apretaba el mango con dureza. Sus
ojos resplandecían, su corazón latía...aquella noche, en aquella casa, el
viento susurraba una agonía con extremo placer.
Me quedo helado, sobre todo por la cuchilla afilada y el susurro del viento, somos UNO.
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