Los ñoquis. Creo que nunca me voy a olvidar de
eso. Bueno tal vez sí, pero ahora que lo escribiré quedará grabado para siempre
en estas líneas.
A veces pienso en querer encontrarte. En
sueños, en sensaciones, no sé, de alguna manera. En manifestaciones.
Comunicación de algún tipo. Se siembra una esperanza ciega, que cae al vacío
mismo sin parar.
Me eh descubierto inventando historias que me puedan llegar a
pasar. Como aquel ingeniero que algún día podría aparecer cerca mío, lo suficiente
para yo escucharlo hablar, que se llamé como vos y que le podría contar a alguna
persona que algún domingo, su esposa e hija le hicieron unos ñoquis riquísimos.
Y contará detalles de ese almuerzo, y dirá cosas que me hará comprender que sos
vos. Que es un mensaje tuyo. Porque contará cosas que eh pensado solamente y
que nadie lo podría saber.
Los ñoquis estaban ricos, con un toque de amargura,
claro. Esa que cae como trago de fuerte aguardiente por la garganta. Ese husito
de pollo que entra sin querer y te raspa todo por dentro. ¿Cuantos días antes
fueron? ¿dos? O tal vez fue el día anterior, porque Ese día, en Ese momento, yo
estaba haciendo las compras y te juro que pensé en los ñoquis. Los pensé. Me
habías dicho que tenías ganas de comer ñoquis. Y eso me quedó dando vuelta en
la cabeza. Hasta el día de hoy. Y vi y pensé en los ñoquis mientras vos vivías Ese
momento.
Yo iba en busca de otras cosas. Los ñoquis, te
dije, los iba a hacer otro día, más adelante. Es que no sabía que no podría haber
un “más adelante”. Y cuando llegué a casa y me enteré lo que pasó… traté de aferrarme a la calma. No imaginé lo
que vendría después. Y los ñoquis quedaron relegados.
Esa fue semana áspera. No me voy a olvidar más
de esa semana. De cómo me sentí, de lo que sentí. Fue a flor de piel. Fue tanto.
Es tanto.
Y me quedé con los ñoquis en el aire. Con ese
deseo saliendo de tu boca. Y a veces me rio porque es una tontería pensar en
eso, pero me surge y lo pienso, le doy importancia y lo hago algo. Lo sé. Que
le voy a hacer.
Y al domingo siguiente de tu partida, ahí, en ese domingo sin vos, hicimos los ñoquis. En tu memoria. Y fue
como con el raspado en la garganta, el silencio del alma, el espacio vacío de
tu silla, el corazón latiendo con el lagrimal húmedo, que en tu honor, pequeño
y significativo honor, quise dedicarte los ñoquis.
Y creo que los disfrutaste.
Si lo creo. Lo siento. Y estaban ricos. Salieron bien y te pensé, comiéndolos,
aplacando tus ganas inconclusas a través de mí, de nosotros, los comedores de ñoquis.
Es una historia que la pienso. Me da nostalgia.
Los Ñoquis. Es como un simbolismo, como una anécdota que a cumplirse 5 meses
todavía sale de mi aparato pensador, La Incansable, como le digo yo. Esa historia
del ingeniero y sus ñoquis, ese “Bon appétit” que sale sin querer pero
queriendo. Ese domingo de ñoquis.
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