viernes, 9 de septiembre de 2016

Domingo silencioso

Estaba cansada, fastidiada. No sabía exactamente por qué,  no obstante sentía en su interior un atisbo de molestia. El sol ya dejaba el día. Dudó por un instante qué hacer y a continuación se calzó el jogging y se fue a su clase de Pilates. Una vez frente al espejo, hacía los ejercicios sin demasiado esmero. Miraba su reflejo y pensaba qué era lo que la había afectado. Pensó en todo lo que había hecho en el día: las conversaciones que tuvo, las noticias que leyó, el trabajo, etc. Nada le parecía significante. Sin embargo aún sentía una pequeña indignación. Mientras estaba mezclada allí, entre buscar una respuesta a su enojo y realizar correctamente los ejercicios, observaba su cuerpo moverse. Estaba recostada sobre su lado izquierdo, levantando y bajando la pierna derecha cuando notó que en esta pierna, en vez de tener un pie, tenía una mano.
Al principio no le dio importancia, pensó que estaba viendo visiones puesto que estaba concentrada en otra cosa y apenas parpadeaba, miraba de fondo. Pero a medida que los segundos pasaban, se daba cuenta de que realmente había allí una mano. Parecía un puño cerrado. Miraba atenta. Nadie más parecía percibirlo, o no la habían visto aun. Alejó la mirada unos momentos para despejar su mente y volvió su mirada al pie. Efectivamente, había una mano. De un salto se incorpora para verse directamente. Se impresiona. Los demás la miraban extrañados. Ella estaba sorprendida, los miraba y retornaba la vista a su pierna varias veces pero nadie se inmutaba. Volvió a recostarse para hacer los ejercicios. Quizá estaba soñando. Miraba su tercera mano con interrogación. Comenzó a mover su “mano” para atrás y para adelante en el aire. Pareciera como si la mano la saludara. De repente, siente pavor al pensar que ésta pudiese cobrar vida propia y empezara a moverse sola. Sin embargo, se contuvo y siguió la clase como si nada. Al momento de levantarse no sabía qué hacer. ¿Tendría equilibrio? ¿Podría caminar? Se levantó disimuladamente con el pie izquierdo, teniendo el derecho en el aire y brinco hasta la pared donde estaban sus pertenencias. La gente la miraba asombrada. Ella sonrió levemente mientras agachaba la cabeza un poco avergonzada. Se sentó para calzarse. Primero se puso la media y la zapatilla del pie izquierdo y se detuvo con la mirada puesta en su pierna derecha. Fue en ese instante en que advierte que la mano de la pierna tiene seis dedos. Era una mano más pequeña que las otras dos. No salía de su asombro. Tenía que estar soñando. El profesor se acerca y le pregunta si está bien. Ella lo mira atónita por unos segundos esperando que este note la situación, sin embargo, lo único extraño que nota es su actitud. Le dice rápidamente que está bien y sin pensar se pone la media y la zapatilla a toda prisa para salir de allí. Cuando se da cuenta, estaba caminando. Se paraliza. No sentía nada raro. Era como si tuviera pie. Caminaba normal. Así que continuó caminando a su hogar. Al llegar se dispuso a sacarse las zapatillas. Sonrió para sus adentros pensando que era una tontería y que iba a ver su pie derecho. ­– Estuve alucinando –  se decía.  Pero para su sorpresa, cuando se descalzó, allí estaba la mano. Su cara se transformó.  Quiso alejarse de ello pero era imposible, era una parte de su cuerpo. Permaneció parada con la pierna derecha en el aire bien alejada de ella, como si eso la ayudara en algo. No sabía cómo proceder.
Su novio tardaría un par de horas más en llegar. Lo llamó pero no contestó. Igualmente, ¿Que le iba a decir? Era ilógico. Trató de calmarse y pensó. De pronto, estiró los dedos de aquella mano como si fueran dedos de pie. Los dedos se abrieron alargándose. Acto seguido apoyó la mano en el suelo. Fue un acto inconsciente. Sorprendida miraba para abajo sus piernas, la una con el pie y la otra con la mano. Era una imagen escalofriante. Pero, en efecto, estaba parada en perfecto equilibrio. No se atrevía a caminar, pero quería hacerlo.  Toma coraje y levanta la pierna derecha para comenzar a andar, ve como su mano se desprende del suelo desde la muñeca hasta los dedos, para avanzar, y como se vuelve a aplanar para apoyarse en el suelo, desde la muñeca hasta los dedos también. Camina por la habitación, entre confundida y estupefacta. Se tranquiliza. Se calza. No quiere ver la mano. Ya fue suficiente. 
Unas horas después, Pedro llega a casa. Ella lo lleva al sillón y lo sienta. Se saca la zapatilla. Él mira sin comprender. – ¿Qué pasa? – dice. Ella lo mira – ¿No me digas que no ves la mano?
Él – No ¿qué mano?
Ella mira la pierna y ve todavía esa mano ahí. – ¡La mano! – dice temperamental y le señala el pie.
Él – ¡Estás loca! ¿¡Qué mano!?– Contesta nervioso.
Ella levanta su pierna derecha y se la pone en la cara. – ¡Esta mano! – Dice gritando furiosa. – ¡Pégame que estoy soñando sino!
Él aparta su pierna con fuerza. – ¡Sacame tu pie de encima mujer! ¡Estás loca de remate!  ¡¿Me estas cargando!?
Ella – ¡SI! Estoy loca. Enloquecí. ¡Mira! ¡Es una mano! ¡La veo perfectamente! ¡¿Cómo puede ser que soy la única que la ve!? – se pone nuevamente el calzado y se va furiosa a la habitación. Esa noche no hablaron más del tema. No hablaron de nada. Ella durmió con la zapatilla puesta.
Al otro día cuando despertaron, ya ni se acordaban de la situación. Ella caminó dormida al baño. Cuando cobró sentido y vio que tenía una zapatilla puesta, recordó. Se quedó unos cuantos segundos esperando tomar la decisión de descalzarse. Con un brusco movimiento se arrancó la zapatilla y vio que estaba la mano. Se desganó. – Me voy a la guardia – dijo secamente. Se vistió con suma rapidez con lo primero que encontró y se fue al hospital más cercano. Su novio fue tras ella. En la guardia, no le encontraron nada. La mandaron a un psicólogo. Ella estaba fastidiada y frenética. Se fue al trabajo y no mencionó a nadie su situación. En el transcurso del día, aflojó su furia y hasta se olvidó de la mano extra. Arregló todos sus asuntos pendientes, adelantó trabajo. Trataba de estar ocupada. Su humor fue cambiando, hasta estaba contenta con la labor hecha. No pensó en la mano hasta la noche cuando su novio llegó a casa.
Pedro, estaba preocupado, angustiado. No sabía qué le pasaba a su novia ni cómo podía ayudarla. Estuvo todo el día pensando en ella. Estaba molesto porque no entendía. ¿Lo quería volver loco? ¿Le estaba diciendo la verdad? Ella seguía sin ganas de hablar del tema, quería cenar en paz. Después vería. Se acostaron.
Al día siguiente, cuando se levantaron, ella, que había dormido con la zapatilla puesta, se descalzó para ir a bañarse, y para su sorpresa, ya no tenía una mano en vez del pie. Miró con cariño su pie perdido y se fue a bañar contenta. Cuando salió, fue a contarle a su novio. Este tenía una cara de espanto importante. Le mostró su pierna izquierda.
¿Qué pasa? – le dijo ella.
¿No ves? – Tengo una mano. Le dijo él con pavor.
Ella no veía nada. Pensó que se estaba burlando. Y le mostro su pie. – Mira. Ya está. Vuelta a la normalidad. No te hagas el chistoso. Caso cerrado.
Pero él no aflojaba. Veía en serio una mano. Ella no podía verlo. Se enojaron los dos. Discutieron. Él, porque ella no lo acompañaba; ella, porque pensaba que la estaba cargando. Así paso el día. Pedro no salía de la cama. Estaba realmente asustado. Le horrorizaba ver la mano. A la noche, ella por fin comprendió y le creyó. Trató de consolarlo. Le dijo que ya se le iba a pasar.
Aquella noche ella durmió plácidamente. Él no pudo pegar un ojo hasta 40 minutos antes de que su novia despertara. Era un domingo silencioso. Antes de abrir los ojos, como era su costumbre, ella metió los pies entre los de él. Plácidamente dormido, Pedro le acariciaba sus piernas. Ella sonreía entre sueños. Luego le empezó a hacer cosquillas en el pie. Ella reía. Como no paraba, abrió los ojos para que aflojara y vio a su novio durmiendo a su lado con los brazos abrazando la almohada. Seguía sintiendo las cosquillas. A toda velocidad se incorporó con un grito. Desatendió las sabanas y vio como la mano de la pierna de su novio le hacía cosquillas. Pegó un nuevo alarido que despertó a Pedro. Ella ya estaba al otro lado de la habitación con cara de pánico. Él la miro, aturdido, no lograba despertarse y tenía el tímpano a punto de romperse por los gritos de su novia. Tardó unos minutos en comprender. Ella veía su mano. Los dos estaban realmente asustados. Ella se miraba el cuerpo para ver si tenía alguna otra anomalía. Él estaba sentado en la cama custodiando su tercera mano, al borde de la locura. Luego de un tiempo se calmaron ambos y permanecieron quietos en su lugar, sin moverse o proferir palabras. Cada uno sumido en sus pensamientos, sin siquiera mirarse. Luego ella se acercó a él. – Tranquilo. Pensemos. Si no lo ve nadie más es porque no existe. Es algo pasajero. Como me pasó a mí. Mañana ya no vas a tener nada.
Pedro – Sí, claro pero yo nunca vi tu mano. Y vos ahora, está claro que sí ves la mía. Llama al médico. No. No lo llames. ¿Y si ve la mano? ¿Qué va a pasar? –decía cada vez más desesperado.
Ella –Tranqui. Tranqui. No hay nada. No va a ver la mano. Vayamos para que te serenes. Estoy segura de que no la va a ver.
Él – Yo de acá no me muevo. ¿Cómo voy a caminar?
Ella –Parate, vas a ver. Es como si tuvieras pie. En realidad es un pie y nosotros lo vemos como mano.
Él – ¡No, no! Es una mano. ¡Es una mano!
Ella estiro sus manos para tomar esa mano.
¿¡Qué haces!? –  dijo él con espanto.
Ella – Es un pie. Cuando lo agarre vas a ver como vemos el pie–  agarra la mano. A su vez, ésta la agarra a ella. Los dos se miran. Ella se aparta consternada.
Mirá, tenes que olvidarte del tema. Hacé tu vida normal y va a desaparecer, no hablemos más de esto. Te digo. Yo hice eso y se me fue – dijo convencida.
Pedro – ¿¡Cómo voy a dejar de pensar en esto!?
Enfocá tu cabeza en otra cosa. Dale. Animate, no pasa nada. Levantate. Yo te ayudo. Ella se para, pero él está quieto en la cama, y lo toma de las manos para levantarlo a la fuerza. Él mira para arriba, boquiabierto.
Ella – ¿Qué sentís?
Él – Nada.
Ella – Bien. Vamos bien. Camina.
El titubea pero comienza a caminar. Siempre con la cabeza en alto.
¡Estoy caminando! Decía entre contento y temeroso. A cada paso que daba más confianza tomaba. Hasta que se creyó que tenía los dos pies y miró para abajo. Allí estaba la mano. Apartó rápidamente la vista. Y se acostó en la cama tapando la mano de la pierna con la sabana. Pasó el día. Trataron de no hablar del tema pero él no podía evitar acordarse de la situación en la que estaba sumido. Sin embargo, de algún modo estaba más tranquilo.
Se acostaron a dormir. Luego de un rato, que parecía que ambos dormían, ella se levanta despacio, agarró su almohada y una manta que había dejado cerca y se va al sillón. Dos minutos después, él la va a ver.
Pedro – ¿Qué haces? Dijo con cara de pollito mojado.
Ella lo mira, sin saber que decir.
Pedro ya enojado – ¿Te venís a dormir acá? Que, ¿no querés dormir con este adefesio? ¡Yo dormí con vos! – dijo consternado.
Ella - Es que… tengo miedo que vuelva a mí. ¡Qué sabes! Cuando yo tenía la mano, vos no, y cuando se me fue, te apareció a vos. No la quiero de vuelta.
Pedro – ¿y si no se me va más? Que ¿vas a dormir siempre acá en el sillón? ¿Te vas a escurrir mientras pensás que duermo? – estaba enervado. Se da media vuelta y vuelve a la cama. Ella lo sigue.
Ella – Tenés razón. Perdóname. Es que no es fácil. Yo también estoy asustada. Vos no me creías y me tratabas de loca. Yo estoy acá con vos.
Él – Sí, pero ahora te estas yendo. Vos me hubieses tratado de loco a mí, seguro.
Ella – Ok. No te enojes. Perdón. Ya vamos a poder resolverlo– y diciendo esto se acostó a su lado abrazándolo. Sus piernas estaban al otro extremo de la cama, los pies fuera de ella.
Al día siguiente lo primero que hicieron ambos fue mirarse los pies. Ella sonrió, él no. Allí estaba la mano. Ambos se desganaron.
Ella – Andá al trabajo y despejate.
Pedro – Ni loco. Yo me quedo acá. No salgo.
Ella – Así es peor. Tenés que salir. ¿Te vas a quedar solodándole importancia a esta mano? Salí y hace tu vida, vas a ver como se te olvida y se te pasa. No la vas a ver más a la mano.
Con paciencia ella lo ayudó a seguir. Se arregló y salió a trabajar. Así pasaron dos días más. Trataba de olvidarse, pero le costaba. La mano seguía estando allí. Hasta que al cuarto día de tener la mano en su pierna, en el día de su cumpleaños, Pedro se olvidó por completo de su mano extra. Pasó el día festejando y relajado. Al día siguiente se levantó como si nada, se bañó, se cambió y salió a trabajar, luego se fue a jugar al fútbol. Hizo su vida normal sin notar sus pies. Ella los vio, sus dos pies perfectamente en su lugar, y no dijo nada. Todo volvía  a la normalidad.


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