La noche caía como sin más, sin nada. Era
inevitable su rumbo. Pasaba. No había manera de detener el tiempo, de
retroceder, de querer que tarde más. El tiempo pasaba y nada. Comenzaba, de a
poco, a sentirse la penumbra, las desiertas calles, los fríos ruidos, los pájaros
mudos. Y allí te oí, en esa soledad que estaba vacía, carente de voz, tu vos
sonó. Tu vos dijo mientras que tu voz callaba y se iba perdiendo lentamente,
haciendo ecos en la paredes blanquecinas con olor a gris. Desperté quizá con tu
ausencia tanto de voz como de vos, sin querer. Y añorándote te fui viendo
rebotar de aquí para allá y de allá para allá y cada vez que miraba, un poco más
lejos estabas, más distante, Tanto que ya no sé si creerte, si estas, si sos o
fuiste.
Las horas pasan como tienen que pasar y yo
paso. Me acuerdo de algo pero no sé exactamente de qué. Pareciera que quiero
acordarme. Hay un cambió que me mira, que espera verme y sentirme otra vez.
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