Un día me tomé el colectivo
como siempre lo hacía, iba sentada, sumida en mis pensamientos, mirando por la
ventana realmente a ningún lado. De fondo, se dejaban escuchar los murmullos de
la gente conversando. Mis oídos captaban palabras vagas y quizá algunas se
colaban en mi mente o simplemente se perdían por ahí. En un momento,
parados en el semáforo rojo, comencé a sentir un olor deslucido, que
paulatinamente, se fue volviendo más y más intenso hasta convertirse en un
fétido aroma, repugnante, casi insostenible. Al notarlo, enseguida lo atribuí al
lugar dónde estábamos parados puesto que no era una zona precisamente limpia. Y
comencé a quejarme – internamente – de la situación. La gente en la calle iba y
venía sin parecer advertir el hedor. Sólo, a un par, parecía molestarnos.
Cambia
el semáforo. Luz verde. Avanzamos pero esto no disipó la fetidez, al
contrario, ésta se hacía cada vez más presente. Y me di cuenta de que el olor no
provenía del exterior, como pensaba, sino que provenia desde dentro del colectivo.
Advertí que otros cerca mío también buscaban una respuesta a este pronunciado
olor. Y pensaba en cómo podía ser que la mayoría no lo notaba. Seguían
entusiasmados en sus charlas, otros en sus mundos internos. Y todos ahí, enredados en ese ambiente áspero.
Buscaba al responsable, ¿podía ser que alguien estuviera tan descompuesto?
Después
de varios minutos, todo seguía igual, y comencé a darme cuenta que aquella peste no provenía de una persona. Simplemente estaba en el aire, flotando en
el colectivo y sólo algunos podíamos percibirlo. Tal vez sólo nosotros
queríamos notarlo, tal vez sólo nosotros inferíamos en que había “algo”
llamativo y claramente negativo en el aire, depositado allí, sobre nuestras
cabezas, incentivando fantasías, imágenes, y arquetipos varios que desdibujaban, en unos, la vida y en otros,
simplemente guiaban su conducta.
Atiné
a enganchar una palabra perdida en el viento para tratar de comprender pero verdaderamente
fueron las palabras las que se asieron a mí primero, revolcándose en mi mente y
despertando la conciencia. Ellas fueron las que me informaron y sin filtro afloraron
sentidos.
Bajé
del colectivo con aquellas sensaciones, con miradas cómplices de los que,
conmigo, observaron lo atónito de aquel episodio. Miramos y observamos – que no
es lo mismo – esos olores que otros sienten con la nariz.
Miramos y observamos.
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