Allá por los viejos
panales…en las rutas que llevan al sur, al norte; el horizonte. Despejan las
aguas y se forma un surco, el camino para andar. Surge poderoso, intrépido y
hasta vigoroso. Y deja marchar sus traseuntes por su ruta, regodeándose de sus
pisadas, de sus andanzas. Caminos que se cruzan y no. Caminos mil. Atajos y pasadizos
que hacen ser, que hacen sentir.
Rumbo desconocido pero
cierto que pasa y se deja pasar.
Aquellas
letras fueron derramándose por el papel, convirtiendo en vida la blanca hoja
que derrochaba lugar. Aquel espacio inmenso y necesitado, sediento de tinta de
historias. Las palabras más gruesas
gordas y redondas apretaban ambos laterales de la lisa hoja, las débiles,
pequeñas y tímidas letras apenas acariciaban esa blancura ansiosa de placer y
esas letras que con orgullo pasaban y marcaban su nombre…esas, las verdaderas,
las firmes y decididas. Esas letras que hacen historia y plasman para siempre
su cantar.
Caminos. Deleite de aromas
y gustos; de sensaciones y sentimientos, cortezas que chorrean emociones y
fluyen con el tiempo, que emanan gotas de exaltación y repercuten en la tierra,
en la atmósfera, aquí, aquí.
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