miércoles, 31 de julio de 2013

Un traje, una sombra, una rosa y una cigarra

Sentir. Tiembla o no mi traje. Tiembla o no mi energía. Tiembla o no. Recorre en mí ese aire. Gasta sus dientes este sol. Busca y llena. Aplaca y sale nuevamente blanco, como gris, pero blanco. Y escapa. Escapa lejos y va hacia allá, rumbo a lo alto, a lo más alto del infinito. Y sucumbe ante la brillante brisa de la noche. Acompaña las melodías de las risas de los árboles y crean todos, una fresca sombra. Esa sombra que sale del jardín y envuelve la rosa roja entre las dalias y los jazmines. La luz se hace notar y respira sombra. Esa sombra acústica, asonante, celeste. Esa sombra deja que los vibrantes rayos de sol penetren la rosa caliente, que comienza a arder… y desprende sus pétalos quemados, hacia abajo, al húmedo y cosquilloso suelo. Aquel lugar donde los pétalos desahogan, en un suspiro, su ardor. Sobre esa superficie de montículos de tierra y pasto húmedo camina una pequeña cigarra. Anda a paso firme, dejando a su lado la impronta del amor. Avanza hacia un pétalo huérfano y lo monta. Lo recorre. Y de pronto, deja caer su traje y su energía allí, esa roja cama de atardecer. Allí perece de alegría, y se convierte en sol, y sube, sube esa energía hacia el infinito, para caer, nuevamente, en una superficie terrestre.

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