Había una vez una oruga
llamada Cocó que siempre, siempre jugaba con sus amiguitas. A donde ellas iban,
iba Cocó. Cocó era feliz, reía, bailaba, se enroscaba, cantaba. Su cuerpito
verde y alargado se movía de acá para allá cuando le tocaba hacer alguna hazaña
en algún juego.
Un día todo cambió de
repente. Se sintió extraña, algo pasaba, no sabía muy bien qué, pero ella
confió en su instinto y se largó a la conquista! Se dejó llevar por ese cuerpo
que parecía raro, se sentía raro. Adónde iría? Su cuerpo se arrastraba por la
tierra con gran agilidad.
Luego de caminar un
trecho, Cocó llega a un enorme árbol y se detiene. Lo contempla. Es grande y
macizo. Arriba en él, Cocó ve a sus amigas, se pone contenta y comienza a
subir. Al principio fue fácil pero a medida que llegaba más alto, costaba más y
más. Cocó entonces comenzó a cansarse y a desganarse. Pensaba en lo lejos que
veía a sus amigas y en todo lo que le faltaba subir. Poco a poco dejó de
escalar y en un instante se vio paralizada en medio de aquel gran árbol. Cocó
no paraba de temblar! Sentía que no podía avanzar pero sin embargo, algo le decía
que debía hacerlo. Su cuerpo estaba caliente, inmutable, queriendo avanzar,
luchando contra las órdenes de Cocó de quedarse quieto. Algo grande pasaba, era
raro ya que nunca le había pasado antes. Cocó se resistía, sentía miedo, le
costaba seguir. Qué pasaría si seguía? En su interior sabía que todo iba a
estar bien pero no podía hacer otra cosa que quedarse inerte en ese lugar.
“Tomá coraje y subí,
que lo que vas a encontrar es hermoso!” escuchó de repente Cocó quién miró para todos
lados en busca de esa voz. “quién dijo eso?” Preguntó Cocó un poco
consternada. “Soy yo! Acá arriba” dijo la voz dulcemente. Cocó miró a lo
alto y vio una flamante mariposa. “Oh! Qué bella sos!” Dijo Cocó con
entusiasmo. “Tu también podes serlo si queres! Debés seguir tu camino. Es difícil y cuesta,
pero cuando lo lográs, será lo mejor, ánimo! Ya falta ménos!” y diciendo
esto, la mariposa desplegó sus hermosas alas y se alejó volando de allí.
Entonces Cocó se armó de valor, hizo un esfuerzo y siguió su marcha. Avanzó un
trecho más y se colgó de una de las ramas del árbol. Allí comenzó a tejer a su
alrededor una manta suave y dulce. Cocó trataba de no pensar y sólo hacer. El
proceso fue largo pero logró terminarlo. Entonces Cocó se vio envuelta en un
capullito construido por ella, colgado en un árbol. Estaba oscuro y silencioso
adentro. Sentía cosquillas por todo su cuerpo. Quietita, pensaba en lo que
pasaría. Qué ganas tenía de verse como aquella mariposa! Cada vez se ponía más
ansiosa. Estaba contenta, quería salir ya de allí y de tanto en tanto sentía
que estaba a punto de salir. Pero no, falsa alarma, aún faltaba. Tenía una
sensación de liberación cada vez más intensa, hasta que, de repente, su capullo
empezó a abrirse.
“Fuerza Cocó!” escuchaba
la oruga dentro del capullo. “Fuerza!” Cocó luchaba por soltarse. Empujaba. Cada vez
había más luz. Con gran ahínco Cocó rindió sus últimos esfuerzos y vio, a sus
costados, desplegarse dos hermosas alas, llenas de colores que, vigorosamente,
se comenzaron a batir. Estaba volando! La pequeñita oruga era ahora una
flamante mariposa! Qué alegría! Allí estaban sus amigas, convertidas también en
mariposas! Revoloteando por doquier! Cocó alcanzó a sus amigas y todas
siguieron volando y jugando todo el día.
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