sábado, 17 de agosto de 2013

Lacrima


                    Y una lágrima calló. Y sopló, sopló tanto que llegó al mar. Ese mar cálido, lleno de gotas de agua salada. Y la dulce lágrima naufragó allí, rodeada de aquellas gotas que la invitaban a pasear en la ciudad de sal. Recorrió ese mar punta a punta, observó animales emocionantes, arrecifes coloridos, contempló los atardeceres más bellos, escuchó los sonidos más apacibles que haya escuchado. Lagrima viajera. Escaló las olas más altas y buceó por las profundidades más silenciosas. Y en cada lugar, fue depositando un poquito de su ser, convidando al mar, sentimiento, y dejándose llenar de sal, de mar. Y en un mágico atardecer, la lágrima salada calló rendida dejándose ser, transformándose en gota de mar. Y al día siguiente, con los rayos del sol, se atrevió a subir por el sendero marcado de la brisa que acuna. Su cuerpo mutó a un cristal celestial llegando donde descansaban sus nuevas compañeras de viaje. Desde allí oteó aquella inmensidad bajo suyo, para luego caer en forma de lluvia, desembocando en el río de la montaña más hermosa que haya visto. Su cuerpo esta vez se convirtió en agua dulce, fresca. Junto con las demás gotas, corría por aquella montaña, hasta que unas manos conocidas la tomaron de sorpresa. Vio con alegría acercarse una sonrisa. Entró en aquella boca con ganas de beber y la complació con su frescura. Y entró a ese cuerpo conocido. Ese lugar por la cual pasó a esa última vez que se vieron, cuando calló de esos ojos tristes que ahora estaban radiantes.

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