Rumbo al océano. Me adentro a la mar junto a los peces que nadan hacia
adentro. Más y más adentro del mar. Recorren seguros su camino. Y me mimetizo
con ellos. Me convierto en pez. Me metamorfoseo en animal. Surgen aletas,
cavidades respiratorias, ojos saltones, escamas. Siento mi cuerpo cambiar.
Respiro en el mar, respiro mar. Y me sumerjo.
Gran mundo acuático, lleno de vida, vidas raras, ajenas, desconocidas y
bellos tonos, bellas imágenes. Mar. Mi cuerpo nada ágilmente, deja sentir el
agua sobre su piel. Recorremos. Aguas cálidas y sabrosas. Tan gentiles y
delicadas gotas saladas. Y vuelvo a la superficie, salgo, de un gran salto, y
sigo navegando en el aire, perdiéndome entre las nubes. Esas nubes con gusto a
mucho, con sabor a todo. Y me cantan. Y me encanta. Vuelo con las águilas desenfrenadas.
Soy un pez entre ellas. Volamos. Abajo, a lo lejos, apenas un puntito, estoy
yo. Recostada en la reposera bajo el sol. A punto de caer, un libro en la mano.
Me lanzo hacia mí. Caigo en maravillosa picada. Me acerco más y más a mí.
Impacto directamente en mi frente. El libro cae. Sobresalto. Abro los ojos. Me
despierto.
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