Abby despierta, se incorpora en
la cama y piensa. Mientras sale del ensueño encuentra un punto bien definido en
la pared. Lo mira, lo estudia. Ese punto, casi imperceptible, singular y
solitario en medio de toda esa blancura le genera inquietud. ¿Qué es, quién es,
qué hace allí?
Abby estira el brazo hacia
aquel punto, y de pronto este se encuentra en la punta de su dedo índice. Lo
trae para si, lo siente pesado, es mas negro y mas conciso que cuando estaba en
la pared. Con un toque suave de sus manos, lo aumenta al tamaño de un arroz.
Juega con él, recorre todo su cuerpo con aquel punto negro de la pared. Por
momentos lo siente frio y por momentos caliente. Lo lame, es delicioso. Lo
aprieta, es fuerte.
Ella se siente tan bien, tan a gusto con
su punto negro de la pared que desea llevárselo. Se lo roba a la pared. Lo
aumenta nuevamente al tamaño de un garbanzo, lo divide en tres y los distribuye
en su cuerpo. A uno lo coloca en su abdomen. A
otro lo deposita de un manotazo en su espalda, queda plasmado en el omoplato
izquierdo. Y al tercero se lo cuelga en la cara, al lado del ojo derecho. Punto negro de la pared dividido en tres:
puntos de su cuerpo.
Se mira en el espejo, ve y siente arder esos
puntos en su cuerpo, vibra su cuerpo, esa nueva imagen, esos tres puntos negros
de la pared resplandecen todo en ella. Se idiotiza mirándolos, los palpa, los
rasca, los acaricia. Esos puntos de la pared están en ella. Son parte de ella.
Llega él y la acaricia. Ella
lo mira demandante y luego mira sus puntos, sus hermosos puntos de la pared
aumentados y distribuidos en su cuerpo. Ella lo mira, él la mira. Ella lanza
una mirada interrogadora pero él no comprende. Ella se enoja. Como es posible
que no vea sus puntos! Él la mira dubitativo, le pregunta con la mirada qué es
lo que tiene que hacer. Ella calla con la mirada, se vuelve al espejo y mira
sus puntos. Él la mira por el espejo. Sus miradas se encuentran en el espejo.
Ella no parpadea, lo mira fijamente, autoritaria. Él la mira con cariño e
incomprensión. Él la trae para sí y susurrándole dulcemente al oído le dice: lo
noté. Ella cae en sus brazos satisfecha. Y al instante lo mira otra vez cómplice.
Ella entiende que él no entendió. Y vuelve a mirar sus puntos atónita. Él no
entiende. Ella entiende. Se miran. Ella sonríe. Él sonríe. Pero ella siente
vibrar sus puntos de la pared en su cuerpo. Los puntos la estremecen, pican,
arden. Sus puntos de la pared queman. Se viste y sale.
Camina con prisa sin
destino. Arden. Mira, mira para todos lados como buscando algo. No se detiene,
busca. Camina con sus puntos de la pared ardiendo en su cuerpo. Sigue la
marcha. De repente, pega la vuelta y retorna a él. Entra en la casa. Da un
portazo. Lo mira. Él se levanta de la silla, la ve. Ella se quita la ropa y
expone sus puntos de la pared, él los ve, camina con paso firme hacia ella la
toma de la cintura y le besa apasionadamente los tres puntos de la pared
distribuidos en su cuerpo. Él entiende. Ella entiende. Sucumben de placer.
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